UN CASTILLO MEDIEVAL
El pueblo queda
abajo, en la hondonada, al amor de la falda de la montaña,
resguardado por la sierra de Loarre, que le da nombre. La mancha ocre
de la tierra se extiende en la llanura, salpicada por el verde y el
gris de los olivos.
Arriba, a poco más
de cuatro kilómetros en cuesta, la fortaleza románica más
importante de España, y alguien, asegura que aún de Europa. Tanto
es así, que la popularidad del castillo de Loarre hace que se olvide
el pueblo del mismo nombre.
El
paisaje es sobrecogedor. Los riscos se levantan hasta alturas
abismales. Uno comprende la razón de tantas leyendas.
El castillo roquero
se confunde con el azul del cielo. A veces se esconde entre las
nubes. Allí se anclaron los siglos XI y XII, entre rocas
gigantescas, en el acantilado fantasmagórico de un mar seco, donde
sólo medran la aliaga, el romero y el tomillo, junto al
verde-amarillo del boj. La muralla, casi reconstruida en su
totalidad, pone cerco a la fortaleza, a lo largo de ciento setenta y
dos metros. Nueve lienzos de sillería, de casi metro y medio de
espesor, son rematados por otros tantos torreones de planta circular,
de tres y cuatro metros de diámetro. Se encuentran separados unos de
otros en distancia de treinta y once metros. Las almenas, con
troneras y adarve corrido, han vuelto a su sitio, tras acertadas
restauraciones.
El gran mirador de
la "Sala de la Reina" llama poderosamente la atención. El
ábside del templo, sobre la roca, cautiva al viajero. Luego, la
torre de los "Reyes", la torre vigía... Todo sobre la roca
firme, como si tratara de vencer a la naturaleza. "Es el
monumento de Aragón -afirmó Ricardo del Arco- que mejor refleja el
carácter rudo y fuerte de esta tierra".
El acceso principal
es de gran belleza; una puerta de arco semicircular, flanqueada por
dos torreones, dos cubos robustos, de indudable belleza.
La fachada noble del
castillo se levanta casi enfrente. Hay que cruzar el espacio abierto
y luego ganar altura, peldaño a peldaño, hasta la puerta de entrada
a las dependencias palaciegas. Existen varias inscripciones que
ayudan a reconstruir el pasado. Es un ayer vivo en cada piedra. Una
escalera regia, impresionante, de veintisiete peldaños, arranca
desde el umbral. A una altura media se abren dos puertas, a derecha e
izquierda. Son, respectivamente, la cripta y el cuerpo de guardia.
-En esta cripta
-aseguran los vecinos de Loarre- recibió culto San Demetrio, el
patrón de la villa. Arriba, el templo, una extraordinaria iglesia
románica del siglo XI. En la jamba de la puerta de entrada, un
epitafio de 1095, para que no haya dudas, aunque luego figura la
fecha de 1105 sobre la portada. Ocho peldaños nos separan de la
escalera principal. Hay que volver al rellano para seguir el
recorrido por el castillo, cuyas plantas y dependencias causan el
asombro del visitante.
En torno a la torre
del homenaje se desarrolló la vida militar de la fortaleza. El
segundo piso de galerías forma un conjunto de singular belleza. La
torre y la capilla de la reina cautivan por su severa sencillez. La
sierra por un lado; por el otro, el abismo que enlaza con la llanura
oscense.
Es como si uno
volviera al pasado. Allí resuenan todavía las palabras de Sancho
Ramírez. Allí siguen haciéndose fuertes los partidarios del conde
de Urgel, que no acataron el fallo de Caspe...
La importancia
histórica del recinto y las características del mismo son del
dominio público. Loarre es de los lugares aragoneses más visitados.
Se suceden las excursiones. El monumento románico más importante de
España ha merecido, esta vez, las máximas atenciones.
Alfonso
Zapater.